Por: Pablo Cardenas
Lo primero que recorde cuando vi al pescadito del Frepap con ese 7% ( ahora 8%) , fue la visita que hice el último día de los muertos al cementerio de Nueva Esperanza (gracias a mi amigo Roger Mario) . El cementerio informal más grande de latinoamérica.
Lo recuerdo sobretodo por la frase que le dije a Roger al final de la visita en ese soleado día: «el día que alguien logre empatizar, y convencer a este grupo de peruanos se puede llevar una elección».
Y es que ese cementerio, recoge según yo, una mirada a lo marginal popular de esa Lima pobre, de ese Perú popular, multicolor, informal. Lima no es el jirón de la Unión. Lima es el Cementerio de Nueva Esperanza. Allí donde las carencias y la informalidad se encuentran simbólica y realmente .
Recuerdo, entre tantas cosas, esos puestos de comida al costado de la pista polvorienta…polvo de muertos sazonando la comida de los vivos. Recuerdo los silos para defecar. Hechos sobre la marcha con una pala, 4 estacas y 6 metros de plástico. El «emprendimiento» para comer ese día. 50 céntimos para hacer caca en un hueco de tierra en un cementerio de 400 hectáreas donde el baño DISAL más cercano está a 1 cerro de distancia. Todo mezclado con la fiesta y el dolor. Y en ese día, cual promotores de Herbalife, decenas de misioneros de las más distintas expresiones religiosas, mormones, evangélicos 1, evangélicos 2, testigos de aquí y de allá…todos con buenas y no tan buenas intenciones, buscando empatizar, consolar y atraer nuevos fieles, nuevos diezmos. El Perú migrante, el que tiene celular pero no usa redes. O las usa una vez al día porque nunca tendrá saldo. El de la pobreza y la extrema pobreza. El de los olvidados. El del emergente que vuelve a sus raíces. ¿Los jóvenes? en medio de esos mundos de la precariedad y la carencia. Y por instantes unas 3 veces en medio de eso miles, te cruzabas con alguna que otra mujer con túnica, en medio de ese Perú que me resultaba tan ajeno, tan extraño, tan poco mío. Ese Perú de las Britannys y los Yonnis, pero también de los Anastacios, Marcelinas y Felícitas, de los Kenjis, Ronaldos y Leonardos. Con esos peruanos donde quizá lo único que me vincula con ellos sea nuestra humanidad, nuestras penas y tristezas y el puente Atocongo o la estación Ayacucho del Metro. Porque ni siquiera la muerte nos vincula… Mientras mi abuela nacida en Sicuani, yace en un pulcro cementerio, verde y con bellas flores, las abuelas de ellos yacen entre piedras en cerros polvorientos. Ni cerveza, ni arpas, ni violín. Porque hasta la muerte hace diferencias en estas realidades extremas. Y en medio de esa variopinta realidad… Ellos, los israelitas del nuevo pacto. Ahí estaban, ahí están (con sus túnicas, su secta, su origen de la selva y sus mil y un cuestionamientos). Los ves, te cruzas con ellos. Sus fieles, siempre se reconocen. De ahí nacen. Sus orígenes en la pobreza, alejados y recónditos. Entonces, el Frepap no me sorprende. Ni me extraña. No creo que sea una burla, ni una broma, ni el voto de los tontos e ignorantes.
Si nunca has visitado un cementerio popular o has sido atendido en un hospital público como el que recibió a los quemados la semana pasada…tal vez no tienes ni puta idea en donde se mueve este otro Perú. Seguimos en nuestra burbuja. Y tal vez, los ignorantes, los ciegos, los analfabetos, los brutos somos nosotros. Porque no comprendemos. Y a veces, es cierto, para mi es difícil de leerlo.
No me sorprende, lo entiendo. Pero a veces sigo sin comprender. Me quedo mirando desde la ventana de la universidad a ese heladero que cruza. Pienso en Juanita, la señora que colabora cada martes en la limpieza y el orden de mi casa (Estoy seguro que después de años de votar por los Fujimori, marcó el pescadito).
Porque quizás, tal vez, esos señores del pescadito sean mas familiares y cotidianos ahí que tu o yo o los miles de candidatos urbanos, o cualquier ministro o presidente. Ellos huelen a pobreza…como el pescadito.